miércoles, 7 de octubre de 2009

Felicidad, ¿en pareja o en familia?

En los medios hay un doble discurso, por un lado se habla de los valores, de la familia, de la tradición, mientras que por otro se ataca perversamente esos mismos valores, haciendo apología de los esquemas de convivencia que llevan a la disolución de la familia que dicen enaltecer

¿A qué se debe que haya tantos matrimonios fallidos?, ¿familias en descomposición?, ¿madres, y también padres solteros?, ¿a qué se debe tanta violencia intrafamiliar?, ¿qué tiene “bocabajeada” a la célula básica de nuestra sociedad (la familia) y, por lo tanto, a la sociedad misma?
Las respuestas no pueden ser simples, son más bien complejas, sin embargo vamos a explorar una vía de solución que podría antojarse obvia y por ello simplista, pero que si analizamos con cuidado y honestidad, nos puede arrojar grandes cantidades de luz en estos momentos tenebrosos para nuestra vida familiar.
Primero, hay que hacer notar el cambio en los términos: Hoy está de moda hablar de “la relación en pareja”, más que de matrimonio y con mucho mayor énfasis que hablar de la familia como unidad básica social.
Y el cambio de terminología sería irrelevante si no reflejara realmente la postura de los medios masivos de comunicación (tv y cine, principalmente) en cuanto al matrimonio y la familia como instituciones.
Son estos medios masivos los que se encargan de difamar al tradicional matrimonio y a la vida familiar como la conocemos, difundiendo por un lado los clichés negativos (padres golpeadores, viciosos, infieles, madres sobreprotectoras, abnegadas al grado de la pusilanimidad, o manipuladoras y ambiciosas y también infieles, como los hombres) y por otro lado, parejas snobs (hetero y homosexuales, sin hijos y con mucho dinero) que tienen una vida glamorosa que nos presentan como aspiracional y hasta como modelo.
Bajo esta influencia mediática, los jóvenes llegan al noviazgo con una idea deforme del matrimonio y de la familia, si es que llegan a pensar en casarse, pues es cada vez más constante que las nuevas parejas prefieran tener una relación estable pero sin llegar a un compromiso profundo, como el que implica el matrimonio.
Y no se trata de echarle toda la culpa a los medios de comunicación, también es responsabilidad de los padres que son quienes tienen que enseñar con el ejemplo a sus hijos cual es el valor de la familia y la trascendencia del matrimonio.
Ahora bien, el principal error que se difunde en relación al matrimonio y la familia es la idea de que es una carga insoportable, mientras que la simple relación de pareja, sin un vínculo formal, es puro placer y felicidad, con la ventaja de que puede terminar cuando sea gravosa para cualquiera de los integrantes de la pareja, con la opción abierta de poder tener secuencialmente los compañeros o compañeras que libremente se elijan, atendiendo sólo a la necesidad sensible (apetito sexual) de quien cambia de pareja como cambiar de zapatos.
En los medios hay un doble discurso, por un lado se habla de los valores, de la familia, de la tradición, mientras que por otro se ataca perversamente esos mismos valores, haciendo apología de los esquemas de convivencia que llevan a la disolución de la familia que dicen enaltecer.
La vacuna contra este ataque mediático al matrimonio y a la familia es una buena dosis de conocimiento sobre la naturaleza y la finalidad del matrimonio y de la familia.
El matrimonio no es sólo un contrato social, es ante todo un sacramento, es decir un medio o instrumento que tiene virtudes sobrenaturales que nos ayuda a perfeccionarnos como personas, a alcanzar nuestro último fin que es la Felicidad, o sea la posesión completa e inacabable del Bien Absoluto.
La familia es la unidad básica de la sociedad humana cuya finalidad es también el perfeccionamiento de sus integrantes y remotamente, el perfeccionamiento de la sociedad de la que forma parte. Sólo familias sanas, fuertes, unidas y felices, nos pueden dar una sociedad sana, fuerte, unida y feliz.
Nos casamos no sólo para ser felices nosotros mismos, sino para hacer felices a nuestro cónyuge y a nuestros hijos, porque los amamos y porque siendo ellos felices, nosotros seremos felices, esto nos lo dice el sentido común y el espíritu cristiano que todavía perdura en nuestra sociedad.
Desde esta perspectiva, la carga del matrimonio es más llevadera para todos. Pero se requiere dejar de lado el egoísmo y la soberbia, que son dos fuertes hábitos a los que le apuestan quienes abogan por las “relaciones de pareja” y los “nuevos esquemas de convivencia familiar” como alternativas al tradicional matrimonio.
En otra palabras, el matrimonio exige de los cónyuges lo mejor de ellos mismos: su humildad, su fortaleza, su generosidad, su constancia, su fidelidad, su amor espiritual, su desprendimiento y muchas cualidades más de las que una simple “relación de pareja” puede prescindir cuando mejor le convenga, sin mucho freno.
Normalmente la juventud es la etapa del más noble idealismo y si a nuestros hijos les inculcamos el ideal del matrimonio y la familia que los perfecciona, ayudaremos sin duda a crear una mejor sociedad. Pero si permitimos que otros maten esos ideales, los condenaremos a ser parte de las estadísticas de divorcios y violencia intrafamiliar, con la carga emocional negativa que eso implica. ¡Cásate para ser feliz haciendo feliz a tu marido (o a tu esposa) y a tus hijos, ese sería el ideal y el mejor consejo que les podemos dar a nuestros hijos!

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