jueves, 12 de junio de 2014

Joven sé auténtico

Editorial de febrero de 2014 en revista Amiga:

Sin duda la juventud es la más bella época del ser humano, porque está plena de posibilidades, porque nos proyectamos para ser hacia cualquier dirección que decidamos, porque es, en cierta forma, el inicio del propio camino.
La juventud está llena de esperanza natural, porque tiene poco pasado y mucho futuro, porque está llena de energía, que nos llena de una tensión suelta y tirante a la vez, de ligereza y elasticidad, de un frescura propia de un corazón fuerte, con una alegría elástica, con una despreocupada valentía confiada, como dice el filósofo alemán Josef Pieper.
Sin embargo, como la juventud se vincula a la energía natural del hombre, junto con la energía, se agosta la juventud y la esperanza, cuando no existe un sentido de trascendencia, sobre el que debe fundarse la auténtica esperanza y la auténtica juventud.
Entonces, juventud y esperanza van engarzadas, como el diamante sobre la argolla y sólo la esperanza genuina, que tiene como fin la eternidad, puede garantizar que la piedra sobre el metal sea un genuino diamante.
En otras palabras, sólo la esperanza auténtica puede generar la “eterna juventud” que buscamos por todos lados, porque al ofrecer al ser humano “tanto futuro”, el pasado de la más larga vida aparece como “poco pasado”.
Por eso, la juventud del hombre que tiende hacia la vida eterna es absolutamente indestructible, inaccesible a la vejez y la desilusión, aunque pasen los años, según aquello de San Pablo: “Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (1 Cor. 4, 16).
En nuestra época se exalta siempre y por todos lados la juventud, pero se ha abandonado la auténtica esperanza, con lo que en realidad vivimos en una época decrépita, que se consume con el flujo del tiempo, donde el hombre exterior se corrompe irremediablemente sin el contrapeso del hombre interior que se renueve, es una época vencida por la caducidad del tiempo y por ende es una época desesperanzada.
Afortunadamente, mientras hay vida hay tiempo y podemos corregir nuestro rumbo, tomar conciencia de que somos seres para la eternidad, nutriendo así nuestra juventud interior, porque al final de cuentas, como dicen los viejos: “el cuero es el que se arruga, el alma no envejece”.
Busquemos la auténtica esperanza para ser jóvenes auténticos.

Mujer sé auténtica

Otra editorial de Revista Amiga, esta del mes de enero de 2014:

Hoy como nunca, la sociedad necesita de mujeres auténticas, congruentes con su naturaleza y con su pensamiento, que sean, no sólo fuente de inspiración, sino cómplices (co-operadoras) en la construcción del futuro mismo de la sociedad.
En un escrito anterior (Editorial “Sé feliz, sé autentica” del mes de octubre de 2013) señalábamos que la
autenticidad tiene que ver con la verdad, con ajustar nuestras acciones a nuestros pensamientos esclarecidos por valores auténticos. Hoy queremos enfatizar que la autenticidad también tiene que ver con ajustar nuestros pensamientos y acciones con lo que somos, con nuestra naturaleza, con nuestra esencia como personas.
La igualdad entre hombre y mujer está en nuestra esencia como personas, sin embargo es evidente que hay diferencias funcionales, orgánicas y psicológicas, que implican una distinción de complementariedad, de tal manera que la igualdad entre ambos sexos no es absoluta, como tampoco su diferencia es de oposición absoluta. Somos iguales pero diferentes y por ello complementarios.
Como mujeres, debemos entender que nuestra naturaleza nos concede prerrogativas, que a los hombres no; esos privilegios a su vez demandan respuestas específicas que nos corresponden inevitablemente. El ejemplo más obvio de esto es la maternidad.
En nuestra sociedad de consumo, en la que producir económicamente es condición casi de supervivencia, el papel de ser madre se ha visto minimizado, si no es que francamente desplazado por otros roles, como el de ser profesionistas o empresarias, con lo cual la mujer se tiene que desdoblar en muchas actividades.
Afortunadamente la capacidad intelectual y la fortaleza propias de la mujer le permiten en muchos casos asumir con éxito estos retos, pero en muchos casos más la renuncia forzada o voluntaria de la mujer a su papel de madre y educadora ha significado la decadencia de la institución familiar. La responsabilidad es compartida entre hombres y mujeres, los dos forman parte de la ecuación y si uno de los dos abandona, la familia sufre por igual.
En nuestra opinión, el papel de madres es el rol fundamental de la mujer, aunque no el único. Es fundamental porque es el fundamento, la base sólida sobre la que debe construirse una sociedad fuerte. La especie sólo puede sobrevivir por las mujeres que se entregan a ser madres y la mujer alcanza plenitud y es congruente con su naturaleza sólo cuando asume su compromiso como madre.
En esta edición presentamos a un grupo de mujeres que han logrado equilibrar todos sus roles con éxito, siendo congruentes con sus valores y su naturaleza, siendo auténticas.

Vive una auténtica Navidad

Tardío, pero el mensaje es válido en cualquier época del año... este escrito también se publicó en Revista Amiga de diciembre de 2013:

“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”

Navidad significa literalmente nacimiento (del latín natívitas) y nos recuerda el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, siendo así, junto con Semana Santa, una de las fiestas más importantes del año para nosotros.
Sin embargo, la modernidad se ha encargado de vaciar de su contenido más profundo a esta celebración cristiana para volverla a su vieja significación pagana y así vemos una Navidad donde se celebra a todos y a todo, menos a Nuestro Señor Jesucristo; vemos una fiesta llena de símbolos paganos, como los pinos, las esferas, las luces, las estrellas, con excesos que parecen verdaderos bacanales, sumamente mercantilizada, cuyo centro es hacer compras para regalar a la familia y a los amigos cosas materiales.
Y en contraste vemos cada vez más relegado el Niño Dios, a la Virgen, a San José, al pesebre, a los pastores, a los ángeles y, en suma, al auténtico espíritu cristiano, que no debe reducirse a sólo dar cosas materiales.
La Navidad es una fiesta religiosa, es decir, es una celebración que debe recordarnos nuestra relación con Dios y sólo desde este punto de vista podemos captar su auténtico sentido.
El nacimiento de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, es el evento más significativo de la historia humana, tanto así que en el calendario marca un antes y un después. Y no es sólo un evento histórico, reconocido incluso por los detractores, sino que es un evento que nos afecta personalmente a todos y cada uno de los seres humanos, a los que han existido, a los que existen y a los que existirán hasta el fin de la historia, sean o no creyentes.
Jesucristo es la imagen de Dios invisible, primogénito de la creación, pues por Él fueron creadas todas las cosas, en atención a Él mismo y Él se encargó de reconciliar la creación con su creador, restableciendo la paz entre Dios y los hombre por medio de la sangre que derramó en la cruz (Colosenses 1:15-20). Luego, su nacimiento es ante todo una prenda de paz para los hombres y mujeres de buena voluntad.
El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo es un don para nosotros y es al mismo tiempo una lección que nos enseña que no basta con dar cosas materiales, sino que es necesario darnos nosotros mismos a los demás. ¿Qué cosa más valiosa tenemos para dar a nuestra familia y a nuestros amigos que nosotros mismos? Claro que una dadiva así requiere de valentía, de nobleza, de generosidad, pero sobretodo requiere de auténtica caridad, de verdadero amor a Dios y a nuestro prójimo y para eso nació Cristo, para darnos ejemplo de cómo debemos amar.
Eso es lo que debemos celebrar cada Navidad y ese el auténtico espíritu que nos debe animar, no sólo en Navidad, sino siempre, en cada instante de nuestra vida.

Vive Feliz, Sé Auténtico

Este escrito fue originalmente elaborado para ser editorial de la Revista Amiga, publicado en octubre de 2013:

De acuerdo al diccionario, el adjetivo calificativo auténtico tiene varias acepciones, todas relacionadas con la verdad, que representa la concordancia de lo que pensamos con lo que es real y así, por ejemplo, decimos que un bolso es auténtico cuando realmente fue fabricado por la empresa propietaria de la marca que ostenta y que representa la idea que tenemos de un bolso de esa marca.
¿Lo mismo se puede decir de una persona? En cierto sentido. La persona se nos muestra como auténtica cuando sus acciones se corresponden con sus valores, en otras palabras, cuando sus virtudes (valores vividos) son congruentes con sus valores (ideas de lo que es bueno). Si piensas o dices que la alimentación es importante para la salud, pero desarrollas malos hábitos alimenticios, entonces no eres auténtica, porque lo que piensas no se corresponde con lo que haces; en este caso, la idea y la realidad se repelen.
Ahora bien, hay que entender que en la actualidad se difunden disvalores o contravalores como si fueran auténticos valores, por ejemplo el placer por el placer mismo, la ambición ilimitada, el hartazgo de bienes materiales o la rebeldía habitual, sin sentido, por mencionar algunos.
Ser auténtico puede llevarnos a ser felices, siempre y cuando nuestros valores sean realmente valores que nos pongan en posesión del bien, ya que la felicidad es la posesión del bien. En otras palabras, ser auténtico sólo nos hace felices si obramos el bien para nosotros y para quienes nos rodean. El bien es el perfeccionamiento del ser, nuestro o de los demás. En este sentido, la felicidad personal depende enteramente de nosotros, de nuestras acciones para ser mejores y para ayudar a los demás a ser mejores personas.
Ahora bien, cuando la autenticidad se limita a lo superfluo, a la apariencia, a los bienes materiales, la felicidad que nos puede brindar es sumamente fugaz, pues estos bienes materiales son perecederos y la felicidad que se acaba no es felicidad auténtica.
Sin embargo, en medio de la caducidad de los seres que nos rodean, podemos seguir siendo auténticas, congruentes con nuestros valores, hacedoras del bien y por lo tanto personas felices, a pesar de los retos que siempre estarán presentes.
Ahora bien, la felicidad es una meta que constantemente podemos alcanzar si obramos el bien consciente y libremente, si nuestros valores son realmente valores y somos auténticos, fieles a esos valores.
Vivamos felices, seamos auténticos.